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Parábola del HIJO PRÓDIGO.
Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde”. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano, donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.
Y entrando en sí mismo, dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a ver a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”.
Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus siervos: “Traed aprisa el mejor vestido y vestirle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron la fiesta.
martes, 12 de marzo de 2013
PARÁBOLA DEL BUEN PASTOR
Parábola del BUEN PASTOR.
(Adaptación)
Un rebaño de ovejas pasta tranquilamente en la falda de la montaña. Un joven pastor las vigila pacientemente. Un pequeño corderito, que acaba de nacer al comienzo de la primavera, se encuentra muy a gusto entre sus papás. Ya ha aprendido a comer hierba fresca, aunque de vez en cuando, sobre todo por la noche, le encanta tomar la leche calentita que le da su mamá. Poco a poco, el
aire se embravece y parece como si el cielo se empezara a enfadar. Unas pequeñas gotas anuncian que se avecina una tormenta.
El pastorcito se inquieta. Con los primeros relámpagos, el rebaño se espanta y se desperdiga buscando refugio. El corderito se asusta tanto, que sale corriendo sin parar, hasta esconderse debajo de una enorme piedra. Entonces se da cuenta de que se ha quedado solo. Llama con balidos desesperados a sus padres, pero tan sólo le contesta el eco de sus propios quejidos, que rebotan
en la montaña. Está solo y perdido. Cuando termina la tormenta y el rebaño se agrupa, los papás no encuentran a su corderito.
Han preguntado a sus tíos, a los vecinos, a sus amigos de juegos... Nadie lo ha visto. Sus papás le llaman desesperados, pero de nuevo el eco de la montaña es la única respuesta que reciben. El pastorcito cuenta y recuenta el rebaño. Le falta su corderito favorito. Está muy triste.- “¡No puede ser! Tengo que ir a buscarle ahora mismo”.- Se dice el pastor, preocupado. Dicho y hecho.
Tan pronto como pone el rebaño a salvo, sale dispuesto a buscar a su amigo el corderito. Después de recorrer un largo trecho, trepar por entre las rocas y cruzar un riachuelo, descubre al corderito, tiritando de miedo y frío, porque se acerca la noche y los lobos comienzan a aullar. Entonces el corderito también ve al pastorcito, y corre hacia él. Ambos se alegran mucho al encontrarse
y el pastor le da un fuerte abrazo. Luego, poniéndole sobre sus hombros cuidadosamente, emprende el regreso a casa. Cuando llega a donde está el rebaño, el pastorcito deja al cordero junto a sus padres y estos le lamen de alegría. Su mamá, para celebrar el encuentro, le obsequia con un poquito de leche caliente, y el corderito duerme feliz junto a sus papás.
lunes, 4 de marzo de 2013
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